por Roberto Bardini
...esas olvidadas islitas del sur, en una fría mañana del Onganiato, se
incendiaron al paso de aquellos nacionales.
[Jorge Falcone, Un dardo clavado en el sur]
Un día de primavera, 38 años atrás, dieciocho muchachos peronistas desviaron
un avión de pasajeros en pleno vuelo, aterrizaron en las Islas Malvinas e
hicieron flamear banderas argentinas en el lejano territorio usurpado. Fue
uno de los primeros secuestros aéreos del siglo XX. La excluyente y
selectiva historia oficial argentina -liberal antes, neoliberal hoy,
conservadora siempre- continúa ignorando esa pequeña gran gesta patriótica.
El 28 de septiembre de 1966 cayó miércoles. En Buenos Aires fue un día
soleado. Hacía tres meses que el general Juan Carlos Onganía, alias "La
Morsa", estaba el poder en nombre de una autodenominada "revolución
argentina". Noventa días antes, un pelotón de la Guardia de Infantería de la
Policía Federal había desalojado de la Casa Rosada al presidente Arturo
Umberto Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), quien había
llegado al gobierno con poco más del 20 por ciento de los votos y con el
peronismo proscrito.
Illia era un apacible médico originario de Cruz del Eje (Córdoba), con
hábitos provincianos. Acostumbraba a dormir la siesta después de comer y
cruzaba a la Plaza de Mayo sin custodia para darle de comer a las palomas o
sentarse en un banco a leer el diario. La gran prensa de la época -tan
antipopular como la de ahora- lo ridiculizaba constantemente. La revista Tía
Vicenta, dirigida por el dibujante Juan Carlos Colombres ("Landrú") lo
caricaturizaba como "La tortuga".
Un príncipe en la corte del general de "ganadería"
Onganía, a quien sus compañeros de promoción apodaban "El Caño" -recto y
duro por fuera, hueco por dentro - no dormía siesta y detestaba a las
palomas. Era un mediocre führer autóctono que aspiraba a un módico Reich de
alrededor de 20 años, tiempo suficiente para acabar con el incorregible
peronismo. Con esa brillantez teórica propia de algunos oficiales de
caballería - a quienes, según el periodista Rogelio García Lupo, se debería
denominar "generales de ganadería"- el militar había proclamado sin
ruborizarse que "la Revolución Argentina tiene objetivos pero no tiene
plazos". Dos periodistas habían aportado su intelecto para desplazar a Illia
e instaurar a Onganía: Jacobo Timmerman, desde la revista Confirmado, y
Mariano Grondona, en Primera Plana. El primero hoy está considerado casi
como "un héroe del cuarto poder"; el segundo, es un lamentable neodemócrata
que da lástima por televisión.
Como ocurre casi siempre que los hombres de uniforme suplantan a los
ciudadanos de civil, se anunció que un "Estatuto de la Revolución Argentina"
-aprobado por los tres comandantes en jefe del ejército, la marina y la
fuerza aérea- reemplazaría a la Constitución Nacional. Para servir mejor a
la patria, se prohibieron los partidos políticos y la actividad sindical, se
impuso una estricta censura de prensa y se persiguió a estudiantes,
intelectuales y artistas.
El 29 de julio de 1966, Onganía decretó la intervención de las universidades
nacionales. El jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca, ordenó a
la Guardia de Infantería expulsar violentamente de los recintos
universitarios a estudiantes y profesores. "Sáquenlos a tiros si es
necesario", exhortó a sus huestes. La destrucción alcanzó a los laboratorios
y bibliotecas de las casas de estudio y la adquisición más reciente y
novedosa para la época: una computadora. Ese recio aporte castrense a la
cultura se conoce hasta hoy como "La noche de los bastones largos". Muchos
profesores e investigadores partieron al exilio y fueron contratados por
universidades de América Latina, Estados Unidos, Canadá y Europa.
Esa mañana del 28 de septiembre de 1966 una de las mayores preocupaciones
del general Juan Carlos Onganía era la preparación del partido de polo que
jugaría con Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte inglés, quien se
hallaba de visita en Buenos Aires.
Ese mismo miércoles amaneció nublado en Puerto Stanley, capital de las Islas
Malvinas. El día anterior había llovido. En esa época habitaban las islas
poco más de mil personas, a los que ya se denominaba kelpers. Kelp es un
alga marrón que se reproduce las frías aguas del Atlántico sur. Kelper
quiere decir "recolector de algas". La mayoría de ellos vivía en Puerto
Stanley y un centenar en Puerto Darwin. El resto estaba distribuido en el
campo, en grupos de 20 o 30 personas. Trabajaban en los settlements,
establecimientos rurales dedicados a la cría de ovejas. Un explorador inglés
visitó las Malvinas en 1914 y describió a Puerto Stanley como "una calle que
costea la bahía, con un matadero a un extremo y un cementerio al otro". El
poblado conoció el pavimento recién en 1920. El archipiélago tiene una
superficie de alrededor de 12 mil kilómetros cuadrados, lo que equivale a la
mitad de la provincia de Tucumán. El conjunto de las islas es más grandes
que Hawai, Puerto Rico y Jamaica.
Ese día de septiembre, hace 38 años, había 554 mujeres y 520 hombres en el
archipiélago. Asistían a la escuela 321 alumnos (146 varones y 175 chicas) y
desconocían el origen de los actuales pobladores de la isla. Los malvinenses
carecían de enseñanza superior y dependían de becas para enviar a los
muchachos a estudiar a Gran Bretaña. Accedían a estas becas los ocho mejores
promedios.
Un 10 por ciento de las tierras correspondía a la Corona Británica y un 20
por ciento a propietarios independientes. El 70 por ciento restante
pertenecía a la Falkland Islands Company (FIC), la única empresa del
archipiélago, que poseía 630 mil ovejas. La compañía, además, era dueña del
muelle, los almacenes y los depósitos. Existía una sola máquina expendedora
de golosinas en toda la isla, que por seis chelines en la ranura surtía a
los niños de caramelos y chocolates ingleses. La máquina también era de la
FIC.
La avenida costanera de Puerto Stanley, llamada Road Ross, tenía
aproximadamente 12 cuadras. Iba desde el muelle -que era, por supuesto, de
"La Compañía"- hasta el Battle Memorial. Este monumento se levantó en
homenaje a un combate naval durante la Primera Guerra Mundial (1914-18)
entre alemanes y británicos en las inmediaciones de las islas.
Una pequeña emisora de radio, instalada en 1942, transmitía entre cinco y
siete horas diarias, y divulgaba programas de la BBC de Londres. También
existían muchos radioaficionados que se comunicaban con los settlements,
otras islas y el exterior. Cumplían una labor importante durante las
emergencias.
[ Portada ]