Abel Fernández - 29/09/2006
Un 28 de septiembre, como ayer, pero hace 40 años, escuché que un grupo de muchachos argentinos había tomado un avión y lo habían desviado a las Islas Malvinas, como un gesto de reivindicación.
El grupo Cóndor en Tierra del Fuego
En aquel momento yo no
militaba en política. Después me di cuenta que ese episodio fue el que puso
en mi cabeza la idea del compromiso, de poner el cuerpo donde estaban las
palabras y las ideas. Es extraño, en realidad: uno no puede prever cuál es
el hecho que lo conmoverá.
Un líder de esos tiempos – cazurro y realista, de mente fría pero que sabía
que sólo se puede conducir a los hombres si se hace arder sus corazones –
había dicho “No debería nacer quien no tiene una causa noble por la cual
luchar”. En esa segunda mitad del siglo pasado sobraban causas más y menos
nobles que llamaban a la acción. (Hoy sigue habiendo, pero parece – al menos
en Occidente – que llaman con menos fuerza).
Estaba, vibrante como nunca después, el romance de la revolución: Cuba, el Che, la lucha heroica y desigual en Vietnam, sacudieron a muchos de mis contemporáneos. También estaba su contrapartida, porque habíamos leído a Orwell y a Koestler, y escuchado a refugiados de la Europa cautiva: la necesidad de contener la amenaza inhumana del comunismo stalinista. También estaban frescas la epopeya de la construcción de un hogar nacional para los judíos, y el reclamo de justicia para los palestinos desplazados por el sionismo.
Dardo Cabo y María Cristina Verrier
En Argentina, los jóvenes estábamos percibiendo – ayudados por militantes de
nuestra edad como los que tomaron ese avión - el odio de clases que escondía
el gorilismo antiperonista. Y veíamos en Perón la posibilidad de una
conducción nacional de nuestra Revolución. Pero en 1966 el peronismo parecía
– después del fracaso del Operativo Retorno – adormecido y a la espera. Su
Jefe había dicho “desensillar hasta que aclare”, sus dirigentes miraban con
especulación o con desconfianza a Onganía, el general de turno.
Se necesitaba un gesto, y esos muchachos lo dieron. Después, cuando ya me
había metido en la lucha política, escuché a compañeros con más
sofisticación analizando detrás del asunto la mano de Vandor, o los
intereses de Héctor Ricardo García. Ciertamente, estaba la expectativa que
algún sector de las Fuerzas Armadas aprovechara la oportunidad para
acompañar la reivindicación territorial (No conocían a Onganía, ni a los
generales de turno).
Cabo - Rodríguez - Giovenco
"Si en medio del combate cayeras camarada
Con el azul y blanco tu cuerpo cubriré..."
En aquel momento, me bastó saber que eran argentinos y jóvenes. Reconozco
que el hecho que también estuviera entre ellos una chica rubia y bonita
alimentó mi romanticismo. Cuarenta años después, sigo apreciando igual el
valor del símbolo elegido para el gesto, y la forma en que se dio: una causa
que todos los argentinos podían sentir como propia, un riesgo que corrieron
sin derramar una gota de sangre.
Esto es especialmente remarcable, porque en aquel tiempo no había demasiadas
inhibiciones para derramarla, la propia y la ajena. Y varios de los que
cumplieron el gesto iban a caer peleando en los diversos “ejércitos de la
noche” que se enfrentaron en los años sangrientos de Argentina. Roberto
Bardini cuenta muy bien la historia, en “El vuelo
de los cóndores”. Pero en ese momento nos dejaron - Cabo, Giovenco,
María Cristina Verrier, Rodríguez, Tursi, Ramírez, Salcedo, Sánchez,
Navarro, Castillo, Bovo, Chazarreta, Bernardini, Aguirre, Lizardo, Caprara,
Ahe, Karasiewicz – un recuerdo con un sabor puro de heroísmo para mostrar a
los argentinos que vienen.
Abel Fernández
[ Portada ]