El ocaso de los líderes ideológicos

publicado por Martín Grosz 3/25/2007 en el blog “Caja de Cambios”

 

Martín Grosz, a quien no tengo el gusto de conocer, es por evidencia interna un hombre joven, con formación en ciencias políticas. Ha publicado este texto en su blog, y me parece lo bastante interesante para reproducirlo. No estoy por completo de acuerdo con él; considero que refleja una actitud y un pensamiento común a los que han nacido en los sectores medios, con acceso a la educación, de una sociedad urbana y cuyo medio dominante es la televisión.

Pero si bien es cierto que la gran mayoría de los habitantes de la Tierra viven en ciudades y ven T.V., enfáticamente no pertenecen a las clases medias educadas. Y por lo tanto todavía necesitamos líderes que puedan llegar a ellos.
 

Pocas veces un candidato o un presidente se mostrará dudando, porque parecería que se espera de ellos todo lo contrario: que contesten a todo con convicción, con pasión y coraje. Que se jueguen por sus ideales y que defiendan su ideología que todo lo explica. De lo contrario, se los tilda de inseguros, lentos e incapaces para gobernar. No hay espacio para los matices, la duda, la ignorancia; al parecer, el hombre que va a representarnos debe poder argumentar y opinar firmemente sobre todo, tomando posiciones terminantes que deduce de sus inquebrantables principios.

El principal trabajo de los políticos, según éstos parecen entenderlo, es el de dar permanentemente la impresión de que están absolutamente convencidos de lo todo que hacen y de todo lo que dicen. Cuando uno los escucha, siempre parece que tuvieran la receta correcta para solucionar todos nuestros problemas. Y, en lo posible, dan a entender que ese conocimiento de "cómo hay que hacer las cosas para que, finalmente, todo cambie" los pone ansiosos por llegar a posiciones de poder y aplicar sus medidas renovadoras. La mera posibilidad de llegar a un puesto dirigencial los apasiona a un punto tal que necesitan aparecer en todos los medios y pedirnos que los votemos. Es tal su grado de convicción que sufren si no pueden hacerle un bien a su pueblo. En cambio, un político que busca matices, que rehuye a los juicios terminantes, que intenta plantarse honestamente y admite sus limitaciones humanas, ese es tachado de inseguro e incapaz.

Esto ocurre porque la política responde todavía a un concepto de liderazgo que tiene cada vez menos aceptación en el mundo actual, en paralelo a lo que ocurre con los políticos tradicionales y su creciente falta de llegada a la población, en especial a los segmentos más jóvenes.

La política sigue siendo un submundo de ideologías, en un mundo en que las ideologías se desdibujan cada vez más. La época de las grandes ideologías, aquellas cosmovisiones totalizadoras que todo podían explicarlo, tuvo su auge -y sus peores consecuencias- en el siglo XX. Lo que antes se esperaba de un dirigente era que fuera un firme defensor de una ideología determinada, y que enseñara a sus seguidores a interpretar "correctamente" la realidad social, según ese rígido sistema de ideas.

Pero hoy, una persona que se planta frente a nosotros con pretensiones de tener la verdad absoluta causa más repulsión que adhesiones concretas. Hoy la gente no respetaría a Hitler, a Mussolini o a Perón. El carisma de un político, por más cuantioso que resulte, ya no inspira admiración sino desconfianza. "¿Quién es este payaso, que parece tan seguro de todo en un mundo en que todo es tan relativo? ¿No conoce términos medios?", es la pregunta más común. La primera reacción es preguntarse a qué intereses responde, y por qué invierte tantas energías en lograr la aprobación de sus oyentes. A fuerza de tantas decepciones, la desconfianza se instaló entre nosotros. Son pocos los que hoy en día creen que puede haber algún personaje público que haga lo que hace pensando realmente en el bien común, y no en los intereses de los sectores que lo votan o financian.

Es decir, que nuestros políticos siguen aspirando a ser líderes ideológicos, como lo fueron los grandes personajes del Siglo XX, en tiempos en que hombres así ya no serían siquiera tenidos en cuenta. Ya nadie quiere que el líder sepa todo y le diga al resto cómo tiene que pensar. Nos dirigimos hacia un mundo en que los verdaderos líderes serán aquellos que, reconociendo sus limitaciones, puedan mostrar con hechos, trayectoria y palabras que van a actuar a favor de determinados intereses. El candidato presenta una dirección en cuanto a toma de decisiones; el ciudadano, si confía en que el político, en el momento justo, tomará la dirección prometida, vota positivamente.

Las grandes ideologías se han derrumbado en este mundo, y los políticos que no entiendan esto verán caer su popularidad, al menos en la medida en que las nuevas generaciones vayan desplazando a las más viejas.
 

[ Portada ]