Uds. saben que una costumbre mía en “El hijo de Reco” es
subir artículos que han aparecido en los medios – cuando percibo que hay un
pensamiento interesante y bien expresado, aunque yo esté en desacuerdo –
para debatir con lo que dicen. Me parece que es una forma de recuperar una
práctica olvidada: la discusión de ideas.
Éste caso no es así. Febbro es un corresponsal internacional – informado,
competente – de Página 12, que es al progresismo argentino lo que
La Nación es al “centro-derecha”. Esta nota – escrita hace un mes - echa
luz sobre un aspecto importante de las recientes elecciones francesas y,
probablemente, de la segunda vuelta. También ilumina – sin que el autor se
dé cuenta – un problema muy importante con el sistema de valores
“progresista” según se expresa en nuestra sociedad, y como se trata de
convertir otros valores – un poco más tradicionales, por ejemplo: el
patriotismo – en amenazas peligrosas a nuestra forma de vida democrática.
Lo más interesante, y – al menos a mí – lo que más preocupa, es que la nota
no está escrita con intención de propaganda. El autor, la redacción del
diario en que la publica, están honestamente sorprendidos que una socialista
use en su campaña la bandera de su país; eso es un tema de la derecha.
Plantear la noción de una identidad nacional, sería un “delirio identitario”.
Hay un “nacional patriotismo” (en Página deben saber de un patriotismo que
no sea nacional); y el colmo se llegó cuando Royal “se puso a cantar el
himno nacional, la Marsellesa, de la misma manera que suele hacerlo el líder
de la extrema derecha, Jean–Marie Le Pen”. Una curiosidad, Febbro: los
marselleses que la cantaron por primera vez, los soldados de la Revolución
¿lo hacían de una manera diferente?
Por supuesto, la xenofobia y el chauvinismo existen. Chauvin era francés; en
nuestro país las hinchadas cantan sobre boliguayos. Y hay que reconocer que
el Dr. Samuel Johnson algo de razón tenía cuando dijo que “El patriotismo suele ser
el último refugio de los bribones”.
Pero algo anda mal cuando un periodista experimentado asegura, a contramano
de lo que pasó en la realidad, que el socialismo francés, al levantar
banderas e himnos, favorecería a Le Pen. Algo anda muy mal cuando el diario
emblemático de un sector político numeroso e influyente, influyente en
especial en el gobierno actual, no puede entender cuando quienes aspiran a
conducir un pueblo plantean “Las clases populares tienen la impresión de que
Francia desaparece. Hay una inquietud”. Nuestras clases populares tienen la
impresión – correcta - de que ellos están mal y ge que la Argentina – como
un todo que engloba algo más que un amontonamiento de sectores - también
está mal. Y no parecen encontrar dirigentes que los convencen que pueden
arreglarla “entre todos”.
“La socialista Ségòlene Royal, en campaña, pidió que cada francés tenga una bandera. Tocó un tema de derecha, el nacionalismo”
Eduardo Febbro, para Página 12, desde París, marzo 28, 2007
¿Quién es el mejor defensor de la bandera francesa? ¿La extrema derecha,
la derecha tradicional o los socialistas? A estos márgenes de vacuidad llegó
en estos días la campaña electoral para las presidenciales francesas. La
primera vuelta está prevista para el próximo 22 de abril, pero el debate que
enciende la clase política no es el desempleo –en algunos suburbios llega al
50 por ciento–, el modelo económico, el sistema de protección social, la
delincuencia o las políticas a favor de la vivienda: la cuestión central es
la bandera, es decir, la identidad francesa. El delirio identitario llegó a
tal sobredimensión que, en su primera plana y a cinco columnas, el diario
popular Le Parisien presentó ayer el siguiente titular: “¿Qué es ser
francés?”.
La responsable de la propagación de esta peligrosa temática no es la
derecha, sino la mismísima candidata socialista, Ségolène Royal. La bandera
y la identidad son ángulos casi exclusivos de la derecha y sus extremos
pero, en busca del electorado popular que se le fue de las urnas, la
representante socialista incursionó en ese ambiguo territorio de la bandera.
Ello le valió a Royal el apodo de “Madre Patria”. El nacional patriotismo
empezó a ocupar la campaña cuando Royal cambió el corte de sus reuniones
públicas y se puso a cantar el himno nacional, la Marsellesa, de la misma
manera que suele hacerlo el líder de la extrema derecha, Jean–Marie Le Pen.
El detalle de la bandera vino después, cuando la señora Royal recomendó:
“Todos los franceses deberían tener una bandera en su casa”. Entre las
declaraciones xenófobas de Jean-Marie Le Pen, la idea de crear un Ministerio
de la Inmigración y de la Identidad Nacional lanzada por el candidato
oficialista Nicolas Sarkozy y, ahora, la bandera francesa sacada de la
galera por la izquierda, todo el abanico de la obsesión nacional, del
proteccionismo identitario y casi del insulto a las millones de personas que
residen y trabajan en Francia legalmente han recorrido en las últimas
semanas la gama más baja del discurso político.
¿Dónde están las grandes propuestas, las ideas, las reformas? Tal vez
resumidas en un Ministerio de la Inmigración y de la Identidad Nacional y en
una bandera. Poco y ridículo como para encarnar, como lo pretende el
presidente francés, Jacques Chirac, un modelo alternativo francés a escala
mundial. Julien Dray, el portavoz de Royal, justificó el recurso a la
bandera diciendo: “Las clases populares tienen la impresión de que Francia
desaparece. Hay una inquietud”. A su vez, Royal explicó: “Una de las
motivaciones de las categorías populares que votaron no a la Constitución
europea era una cuestión existencial que consistía en saber si Francia iba a
disolverse en Europa”. Su respuesta a esa inquietud resultó una
reivindicación activa de los emblemas nacionales: el himno, la bandera. La
divisa francesa parece muy lejos: libertad, igualdad, fraternidad. El
entorno de la candidata socialista argumenta que el impacto de la
globalización y los temores que acarrea justifican una reactualización de la
lectura de la nación a fin de que las clases populares no sientan que el
Estado se aleja de ellas, que deja de protegerlas o de preservar la
identidad. Sin embargo, es lícito interrogarse sobre la pertinencia de usar
un discurso étnico como antídoto de la globalización y, de paso, olvidar
poner un contenido a las propuestas políticas para aliviar sus excesos o
integrar a sus excluidos.
La táctica de la aspirante socialista es coherente: se trata de arrancarles
a la derecha y a la extrema derecha el monopolio del patriotismo y, con
ello, arar en los campos del electorado popular, al que esos temas le
importan mucho. Pero el riesgo no es por ello menos alto: poniendo banderas
e himnos se legitimiza aún más a Jean-Marie Le Pen y se desdibujan las
fronteras entre los planteamientos políticos. “Agitar una bandera no hace de
una persona un patriota”, dijo el lunes Jean-Marie Le Pen. La bandera que
cada francés debería tener en su casa parece también una extensión del
afiche de campaña de Ségolène Royal: “Francia presidenta”, dice el texto
bajo el título “El cambio”. Extraña manera de reencarnar la modernidad y la
reconfiguración de la izquierda. Podría dar lugar a un nuevo afiche
electoral, común a todos los partidos que participan en esta campaña:
“Regresemos al pasado, que es nuestro mejor futuro”.
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