Una película, los organismos de derechos humanos y la memoria

Artemio López – 21/3/2007

 


En pocos días se cumplen 31 años del golpe del 24/3/76. Es una fecha que ya forma parte de la historia de nuestro país. Aunque en los últimos cuatro años muchos han construido un discurso político que se pretende único sobre ella; aunque otros prefieren olvidarla, para enfrentar ese discurso; lo que pasó en los años antes y después de esa fecha la hacen imposible de ignorar. Las derrotas simultaneas o sucesivas del gobierno peronista, de los sueños y delirios de la guerrilla, de los políticos civiles y del partido militar; la tragedia sangrienta de los jóvenes que murieron – y mataron –, pesan demasiado.

Alguna vez tengo que escribir mi versión sobre esos años (Ya hay unas líneas por ahí, un largo e-mail que un amigo irónico publicó con el título de “Nuestros años felices”). Cuando lo haga, creo que la voy a llamar “¿Qué hiciste tú en la guerra, papá?”. Pero no quiero hacerlo ahora; me parece que no podría evitar mezclarla con un discurso político maniqueo y berreta. Prefiero reflexionar sobre la memoria actual de ese tiempo, y de sus custodios oficiales, los organismos de derechos humanos; ese es un tema que influye sobre nuestro presente.

Naturalmente, estoy a favor que esos organismos existan. Uno puede cuestionar sus motivos y su ideología, pero todo el que hace o hizo política alguna vez en la Argentina, siente que es mejor que alguien proteste si lo “levantan”. Como todo lo humano es factible de corromperse, tengo presente la historia de los “dreyfusards”, que comenzó con un grupo de idealistas movidos por el sentimiento más noble y altruista de cuestionar la condena a un inocente, y terminó en una rosca política que distribuía cargos y candidaturas en la Tercera República Francesa. Pero, aunque no soy “comezurdos” (algunos de mis mejores amigos son progresistas) me parece que no soy el tipo más adecuado para cuestionarlos. Por eso, me alegré de encontrar esta pieza, franca y dura, en el blog de Artemio López, cuyas credenciales progres y kirchneristas no pueden ponerse en duda. (Una sola observación, Artemio: los organismos de derechos humanos, algunos de ellos, no sólo se ocupan de la memoria: también defienden a los presos comunes. Ese “garantismo” sin balance puede ser discutible en un juez y demagogia política en un ministro a cargo de la seguridad; pero no está mal que tenga voceros en la sociedad. Ya hay voces en la gente común para el otro lado)

A. F.
 


...Parece ser que tras el distanciamiento acontecido en la marcha por los treinta años del golpe militar, este 31º aniversario tendrá como escenario actos separados, al menos dos, por lo que yo sé. Cuando me enteré de esta noticia casi obvia de disputa entre grupos internos, recordé que en el Festival de Cine de Mar del Plata pude ver la peli de Nicolás Prividera "M". Sacó un premio, Clarín habló sobre ella, por lo que no abundaré. Quisiera sí destacar una muy particular descripción que en el film se desarrolla bien en el comienzo, sobre la futilidad del discurso y práctica actual de los organismos de DD.HH., en sus diversas filiaciones político-ideológicas. En el inicio de la película el mismo Prividera recorre una diversidad de organismos defensores, públicos y privados, sin que en ningún caso obtenga información mínima acerca del destino de su madre.

Ciertamente sobre Marta Sierra, trabajadora del INTA y militante de la Juventud Peronista en aquellos días previos al golpe militar, sólo hay silencio y una notable ausencia de información, transcurridos un cuarto de siglo de vida democrática donde proliferó un gran número de organizaciones defensoras de los DD. HH. Sin embargo, pese a esta desmesurada red de organismos, ninguno posee actualmente conexión fluida con otros, el libro "Nunca Más" se edita sin actualizar las filiaciones y números de detenidos desaparecidos, no existen disponibles cruces de información entre bancos de datos públicos y privados, etc.

Una atmósfera de automatismo, estolidez y finalmente ausencia de compromiso con la tarea específica recorre las oficinas de los organismos defensores de DD. HH. en las que Prividera realiza la búsqueda infructuosa de datos sobre su mamá. Él mismo, tras apenas un par de años de investigación, consigue reunir gran cantidad de información, logrando reconstruir la trayectoria de Marta de manera muy completa.

En mi blog escribí algunas cosas sobre este tema, y pienso que hay un espíritu que se encuentra adherido irreversiblemente en el actual funcionariado estable de los organismos de Derechos Humanos públicos y/o privados: "... El que descubrió el maravilloso mundo de vivir sin laburar y que hace de ese espacio también, simbólicamente, una gran playa de estacionamiento para todas sus aspiraciones. Se sabe que el adulto que se acostumbró a vivir sin laburar, ya no lo va a hacer nunca".

La película de Prividera, a su manera, reafirma esta taciturna modalidad de agotamiento del discurso y práctica de los organismos de DD.HH., convertidos ya en dispositivos de administración burocrática de la memoria, suministradores de conchabos más o menos bien pagados y aspiradoras de subsidios variopintos. Dar cuenta de este lento pero inexorable declinar del imaginario que marcara toda una época, decadencia que es captada con notable anticipación por películas como “M” pero también en otra dimensión por "Los Rubios" de Agustina Carri, es central en términos de las transformaciones necesarias del discurso político "progresista" para permanecer activo social y políticamente.

Permanecer fijado en la épica deshilachada de los organismos hoy no produce sentido político alguno y probablemente en poco tiempo, tenga ya efectos regresivos. Obviamente no se trata de sostener, como sugieren algunos, que sobre la tragedia dictatorial ya "no haya más nada que decir", por el contrario, acabar con el discurso burocrático administrativo de los organismos, resulta central e indispensable para construir nuevo sentido político democrático y ciudadanía plena, capaz de resistir toda práctica dictatorial. En este sentido, el film “M” resulta muy interesante, por momentos con aportes de miradas novedosas y siempre una buena señal, otra más, sobre la inocultable crisis del discurso y práctica de los organismos defensores de DD.HH, tal como los conocimos hasta hoy.

 

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