Gabriel Fernández tiene opiniones con las que no estoy de acuerdo. A lo mejor, entre las diferencias menos importantes está que yo creo que personaliza demasiado las críticas (siguiendo una vieja tradición de la izquierda nacional) en personajes como Pergolini, o como Pinti y Nik. Pero es un tipo serio, y lo que tiene para decir sobre el mecanismo cultural que actualiza la “viveza” porteña y la mantiene como un instrumento en contra de la nación argentina, no podía dejar de subirlo a esta página.
El conductor televisivo Mario Pergolini constituye, desde hace varios años,
un tema importante para la comunicación en nuestro país. Ha sido considerado
como el gran renovador mediático de los años 80, un opositor irónico del
menemismo en los 90, y un observador mordaz en la actualidad.
Es claro que, frente a esas repercusiones, cabe admitir una cuota
interesante de talento para llevar adelante sus emisiones televisivas y
radiales y para congregar en su derredor a un buen número de admiradores. No
es poco para un (eterno) joven que irrumpió en los medios después de la
caída de la dictadura militar que ensombreció al país y, por supuesto, al
periodismo argentino.
Empero, vamos a golpear sobre esta figura emblemática con el único afán de
proponer reflexiones y transmitir inquietudes; en modo alguno suponemos que
su imagen resultará limada por estos renglones, ni pretendemos modificar
criterios que, en sus seguidores, parecen cristalizados.
A nuestro entender, Pergolini encarna la transgresión del niño rico y de
quienes desean asimilarse a su modelo. Es el chico divertido y pícaro que
hostiga en los countries a las zonas donde vive la servidumbre (uno de los
problemas centrales de la convivencia en esos guettos, en la actualidad). Y
el que no duda en señalar a quienes lo cuestionan por tales acciones
–paradójicamente— como vigilante. Pues una de las más significativas
herencias de aquél régimen conservador es la inversión de los términos:
quien propone normas de convivencia adaptadas a las necesidades sociales,
puede ser evaluado cual "botón" desde la transgresión antipopular. ¿Antipopular?
¡Si tiene un gran ráting!
Veamos. El muchacho canoso que lo acompaña es uno de los creadores del nuevo
racismo iconoclasta en la Argentina o, en todo caso, de un reciclado del
viejo racismo. Desde el comienzo resultó así. Ese tipo se especializaba en
entrevistar grones, preferentemente albañiles y gente muy muy humilde en
Congreso y en las estaciones de trenes. Hacía con el estudio un jueguito:
desde el canal le preguntaban por auricular al reporteado si conocía grupos
de rock. Fingiendo darle una mano, el canoso le susurraba al oído alguna
banda inglesa de difícil pronunciación –todo ante cámara– y el laburante
repetía su nombre. Como la expresión salía retorcida, todos reían. Todos se
reían del grone que hacía el ridículo por no saber pronunciar, bajo
inducción, el nombre de una banda de moda.
Así se divertían los Pergolini boys en los comienzos, por Canal Nueve. Luego
"evolucionaron", sobre los 90, cubriendo, en un sentido similar, encuentros
sindicales y reuniones peronistas varias. Allí, con el mismo esquema,
efectuaban preguntas presuntamente complejas a dirigentes populares —si tal
o cual era bueno o malo para la gente es otro cantar y otra discusión—;
todos reían, especialmente desde los estudios, cuando los entrevistados
intentaban dar una respuesta "a la altura" de la pregunta.
Ahora bien: ¿Fue Pergolini un adalid del antimenemismo? Hay quienes
parecen muy convencidos de ello. Tendemos a creer, como bien apuntó el
crítico Facundo Cano en un artículo distribuido por Reconquista Popular, que
"Criticaba de Menem las contradicciones en las que circunstancialmente caía,
pero no cuando hacía maldades sin diluir. ¿Alguien vio que Pergolini se
opusiera a UNA privatización? ¿O al envío de tropas al Golfo en 1991? Todo
lo contrario: cuando, en marzo del 2003, Estados Unidos se aprestaba a
conquistar Irak, Pergolini se rió de los que viajaron para ser "escudos
humanos": "¿Qué, acaso van a parar un misil con el pecho? ¡Qué ridículos!"
En la actualidad, Caiga Quien Caiga tiene un horizonte variado. Pero
mantiene algunas constantes. El hostigamiento cultural es una de ellas, así
como la especial consideración para con auspiciantes oficiales y
empresariales del programa. Quien esto escribe tuvo la posibilidad de
debatir abiertamente al respecto con uno de sus compinches, durante una mesa
efectuada en Filosofía y Letras. El cuestionamiento fue el siguiente:
ustedes jamás acusan a un empresario por haber entregado la Nación, nunca
apremian a los responsables de la miseria en la Argentina, se la pasan
ganando batallas sencillas, porque hay políticos que están muy expuestos y
porque hay hombres y mujeres de nuestro pueblo que desconocen los códigos de
las capas distinguidas de la sociedad. El muchacho se enojó.
Sucede que la influencia pergoliniana es, también, una zona de prestigio
dentro de vastos sectores juveniles cuya impronta se asienta en burlarse del
otro. El otro es, siempre, el que está más abajo. La influencia de este
perfil sobre el argentino medio no es menor y se desplaza en innúmeras
direcciones, sobre todo, como bien marca Cano, a través de Greenpeace y
otros símbolos progresistas, lo cual le permite una llegada abarcativa y le
ahorra las acusaciones por discriminación que merecería recibir
continuamente.
Es desolador participar en el exterior de algunos espectáculos musicales en
los que se integran bandas latinoamericanas. Mientras los grupos de
distintos puntos del continente hacen lo suyo, con mayor o menor sentido del
humor según la temática, siempre hay algún joven transgresor argentino que
se burla de rengos, gordos, flacos, petisos, altos, pelados, peludos, negros
o putos. Después, la fama de "bananas" deben pagarla todos los nacidos por
estos pagos. El medio pelo joven argentino es mitrista sin leer a Mitre.
Está muy lejos de ser "toda" nuestra juventud, pues han surgido innumerables
grupos musicales de rasgos nítidamente nacionales, así como generaciones de
militantes jóvenes que luchan socialmente con otros criterios. Pero los
hijos de Pergolini son los más promocionados, los que ocupan las pantallas y
los que obtienen mayor difusión. Son los zonzos contemporáneos. Los que
hablan en voz (muy) alta.
Esta reflexión también apunta a aquellos compañeros que, un poco
acomplejados por su edad, suelen decir "esos son los códigos de los pibes,
no nos gustarán pero hay que actualizarse". A no confundir las sabias
reflexiones de Arturo Jauretche sobre las nuevas generaciones peronistas de
los 70 con la reivindicación de estos energúmenos.
Uno puede leer a Enrique Pinti, observar los collagges de Nik, o escuchar a
Pergolini... y a partir de allí recordar aquellas palabras de Alejandro
Dolina: el humor político en la Argentina consiste en reírse de los
peronistas (de los negros, del pueblo, del laburante, del pobre o como se
quiera llamar a ese conglomerado humano que la cultura anglosajona
encuadraría dentro del concepto de "losers" ).
Por eso cae bien el rubio conductor entre las juventudes de las capas medias
altas, pero también entre los hijos de muchos profesionales y comerciantes.
Exige poco talento, apenas necesita que trastabille el que no cuadra dentro
del esquema. Es tan fácil: no hay nada más sencillo que reírse de aquél al
cual las cosas le van mal, no le salen como desea, todo le cuesta un huevo,
no posee los códigos televisivos adecuados, no da el target para la
pantalla.
Hay un consuelo: la botella de Leopoldo Marechal y la memoria popular
allí acumulada. A decir verdad, nada se pierde. Ni las luchas, ni las
elaboraciones nacionales y populares, ni los crímenes, ni las pequeñas
mezquindades de un grupo de mequetrefes que se han lanzado, micrófono y
cámara en mano, a despreciar nuestra gente. "Cuando ven al gaucho pobre,
alzan la cola, y se van." (Pero antes, se burlan)
Finalmente: hay quien sostiene que las empresas que controlan el
narcotráfico y los policías que operan como cuadros medios de las mismas,
jamás podrían haber avanzado tanto entre nuestros pibes, sin una propaganda
tan audaz y penetrante como la desplegada por Pergolini y la Rock and Pop.
Y, podría añadirse, sin la expansión de la educación privada y de los
barrios cerrados, ámbitos en los cuales miles de chicos argentinos son
criados en base al miedo a lo externo, el desprecio a lo desconocido, la
ausencia de desafíos genuinos, la pedantería sin logros, la ignorancia del
país real.
Los ochenta, en ese sentido, contenían un caldo de cultivo sutil que
impregnó la cultura de los noventa, la cual hoy nos atraviesa a pesar de los
cambios surgentes. Le damos duro, y con razón, al declinante Bernardo
Neustadt y al reiterativo Mariano Grondona; pero Mario Pergolini y los suyos
han sido el puente necesario para relanzar aquellos conceptos con el formato
adecuado a los nuevos tiempos.
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