Beatriz Sarlo es ensayista y catedrática de literatura. Y ciertamente no es peronista, ni una militante política comprometida. Pero en estas líneas – publicadas naturalmente en La Nación - cuestiona con profundidad el enfoque de Verbitsky y lleva una dura crítica a Kirchner.
El enfrentamiento entre militantes sindicales en la quinta de San
Vicente... ¿cómo podría haber sucedido de otra manera? Como ejercicio,
imaginemos las circunstancias ... de otro escenario.
El presidente Kirchner avisa, hace quince días, que él, su esposa, miembros
de su gabinete, el vicepresidente Scioli, el presidente de la Cámara de
Diputados y el de la Corte Suprema asistirán a la recepción de los restos
del general Perón en la quinta de San Vicente. Es la última estación de los
restos mortales de uno de los grandes políticos del siglo pasado. Como se
trata del homenaje a un ex presidente que fue miembro de las Fuerzas
Armadas, a través de la ministra de Defensa se las incorpora a la ceremonia.
Como el mausoleo está en la provincia de Buenos Aires, el gobernador Solá
hace las invitaciones correspondientes a su distrito. Los gobernadores que
quieran asistir serán bienvenidos. Todos los ex presidentes recibirán una
invitación. Y como Perón modeló el perfil sindical moderno y trabajó con
intensidad con sus dirigentes, los sindicatos le harán guardia de honor.
... A fin de llevar a la práctica este diseño, en el Ministerio del
Interior, Aníbal Fernández debería armar un grupo ad hoc, coordinado con el
Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, para garantizar las
condiciones de desplazamiento y permanencia en un lugar que iba a ser
ocupado por la cumbre de la política y del gobierno argentinos. Se habría
acordado que se pronunciara solamente un discurso, el del Presidente.
Si todo esto no se hizo, me resulta difícil creer que es sólo porque no fue
posible. Me resulta difícil creer que Duhalde tiene hoy poder suficiente
para negarse. Que Moyano se habría opuesto frente a una resolución
presidencial tomada firmemente, sin medir las consecuencias que eso
implicaba para su futuro cerca del poder.
En este caso, lo imaginado fue imposible por causas que se arraigan en la
ideología de Kirchner y en sus reflejos. Kirchner no estaba interesado en
ocupar el espacio que a un presidente de origen peronista como él le
corresponde en el último homenaje al fundador del movimiento. Kirchner tiene
con las tradiciones de ese movimiento relaciones conflictivas. ..
El Presidente no dice si se considera a sí mismo peronista; demuestra que no
quiere presidir el partido y que no está interesado en el armado de ese
instrumento sino de otros más multicolores. En lo que respecta a la
centralización del poder y la unidad de la conducción se comporta en cambio
como un alumno aplicado que ha leído todo lo que Perón escribió sobre
conducción política.
Kirchner tampoco dice que no es peronista. La ambigüedad podría ser su
derecho si se tratara de un ciudadano del común que atraviesa una etapa de
indecisión entre su vieja conciencia ideológica y nuevos horizontes. Pero es
el político más poderoso de la Argentina. Sobre sus vacilaciones se ejercen
ciertas restricciones de hecho: los ciudadanos, aunque nadie parezca muy
interesado en el asunto, podrían necesitar un saber más explícito sobre las
opiniones del Presidente. Todo está claro cuando se trata del terrorismo de
Estado y de la militancia de los años setenta; en cambio, todo es grisáceo,
blando y aproximativo cuando se trata del pasado del movimiento al que el
Presidente perteneció desde su juventud. Kirchner, que habitualmente habla
con esquemática claridad, calla sobre el peronismo y desecha sus emblemas en
silencio, con un gesto mezquino que busca al mismo tiempo alejarse de ellos
y disimularse en la imprecisión o la elipsis.
Para ir más lejos: Kirchner no tiene derecho a reservar para sí sus
opiniones sobre el peronismo histórico. Electoralmente podrá encabezar las
boletas del Frente para la Victoria o cualquier otro nombre de fantasía, ya
que se trata de un armado de distritos en función de elecciones, y a él
pueden confluir, como se está viendo, los radicales kirchneristas y gente de
otras tradiciones. Pero una cosa es una elección y otra son las ideas de un
político que no puede cercar zonas de su ideología como espacios privados.
Sería comprensible que Kirchner se pensara como una nueva síntesis. Pero
tiene que decirlo y, en ese caso, tiene que decir también cuáles son los
elementos que llegan hasta ella (incluido, entre esos elementos, la
identidad peronista). Sería legítimo que, siguiendo la tendencia suya más
evidente, se presentara como lo radicalmente nuevo.
Tenemos derecho a esas precisiones, aunque no estén muy en el espíritu de la
cruda política actual. La indecisión, por otra parte, no tiene consecuencias
sólo ideológicas, sino también prácticas: Kirchner no quería ni ir ni no ir
al homenaje a Perón. No supo o no quiso que se supiera. El disimulo puede
ser, en un cortísimo plazo, una opción táctica posible. Pero no puede
convertirse en origen de decisiones tomadas sin ton ni son, tarde y mal,
como en el caso del acto en San Vicente.
Ahora volvemos a la visión de lo que pasó en San
Vicente, como parte de lo que pasa en Argentina; estos son unos breves
párrafos de Wainfeld, que también escribe en Pág. 12, pero como viene del
peronismo, no se priva de reprochar a Kirchner sus errores
Mario Wainfeld
Una primera ojeada sobre San Vicente sugiere que la escena habla más de la
situación cultural y social de la Argentina que de su lógica política. Miles
de movilizaciones se realizan en este suelo, con objetivos precisos y en
muchos casos desafiantes, sin que brote la violencia patoteril, de cancha,
que se vio por la tele. Más allá del visible tirador filmado en detalle, los
que pelearon (por suerte cabría añadir) lo hacían a puño limpio o con
piedras o palos. No portaban armas, no daban la sensación de estar
pertrechados para la pelea.
Seguramente un primer sesgo del debate cargará en la mochila del peronismo
lo patético y lo brutal que se vio en la quinta-museo. Lo patético le
concierne en un ciento por ciento. Lo brutal se repite todas las semanas en
casi cualquier cancha, no en nombre de la patria peronista o la socialista
sino de Claypole o Villa San Carlos. O en cualquier esquina donde un
colectivo roce a un motoquero. Una violencia transida, incontenible y
acumulada forma parte de la realidad cotidiana, en especial cuando convergen
ciertos núcleos de marginales. Un acto político masivo la congrega, la
exacerba, posiblemente no la explica.
Volviendo a la política, valdría la pena agregar que la instalación de los
restos de Perón en un lugar histórico debió ser una tarea del Estado y no de
una central gremial, mucho menos de una ONG de imprecisa tipificación como
son las 62 Organizaciones. Prendarse de la frase “para un argentino no hay
nada mejor que otro argentino” y luego privatizar el homenaje es otra de
tantas incongruencias patéticas puestas en evidencia en un 17 de octubre que
será memorable por sus peores contingencias.
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