El choque emocional de civilizaciones

por Dominique Moisi  (*)

Los Tiempos-Cochabamba, Bolivia 27/3/06

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen


A lo largo de la así llamada "guerra al terrorismo", por lo general la noción de un "choque de civilizaciones" entre el Islam y Occidente ha sido descartada como políticamente incorrecta e intelectualmente errónea. En lugar de ello, la interpretación más común ha sido que el mundo ha entrado en una nueva era caracterizada por el conflicto "dentro" de una civilización en particular, el Islam, en que los musulmanes fundamentalistas están tan en guerra contra los moderados como contra Occidente.

La conclusión estratégica que se derivó de ese análisis fue clara, ambiciosa y fácil de resumir: democratización. Si la ausencia de democracia en el mundo islámico era el problema, llevar la democracia al área ampliada del Oriente Medio sería la solución, y hacer realidad ese cambio necesario fue la tarea histórica que se impuso Estados Unidos, como la nación más poderosa y con mayores credenciales morales. El status quo era insostenible. Implementar la democracia, con o sin un cambio de régimen, era la única alternativa al caos y al auge del fundamentalismo.

Hoy, Irak puede estar a punto de caer en una guerra civil entre chiítas y sunitas. Irán tiene un nuevo presidente, más radical, y está avanzando de manera irrefrenable hacia la posesión de capacidad nuclear. Un proceso electoral libre llevó a Hamás al poder en Palestina, y el desafortunado episodio de las caricaturas en el periódico danés ilustró la naturaleza casi combustible de las relaciones entre el Islam y el mundo occidental.

Todos estos acontecimientos crearon las condiciones para nuevas interpretaciones. En lugar de un "choque de civilizaciones", puede que nos enfrentemos a varios niveles de conflicto que interactúan entre si de modos que aumentan la inestabilidad global.

De hecho, parece que el mundo es testigo de un triple conflicto. Hay un choque al interior del Islam que, si la violencia en Irak se propaga a los países vecinos, puede llegar a causar una desestabilización regional. También existe un choque que se puede describir mejor no como entre el Islam y el Occidente, sino entre el mundo secularizado y uno crecientemente religioso. En un nivel todavía más profundo y atávico, hay un choque emocional entre una cultura del temor y una cultura de la humillación.

Sería una gran simplificación hablar, como algunos lo hacen, de un choque entre civilización y barbarie. En realidad, nos enfrentamos a una creciente división acerca del papel de la religión, entre el mundo occidental (donde EE.UU. es una compleja excepción) y gran parte del resto del mundo (la excepción más notable es China), pero particularmente el mundo islámico.

Esta brecha refleja el modo como la religión define la identidad de una persona al interior de una sociedad. En tiempos en que la religión está adquiriendo una importancia creciente en el resto del mundo, nosotros los europeos hemos olvidado en gran parte nuestro pasado religioso (violento e intolerante), y nos resulta difícil comprender el papel que puede desempeñar esa religión en las vidas cotidianas de otros pueblos.

En cierto modo, "ellos" son nuestro pasado enterrado y, con una combinación de ignorancia, prejuicio y sobre todo miedo, "nosotros" tememos que "ellos" puedan llegar a definir nuestro futuro. Vivimos en un mundo secular donde la libre expresión fácilmente puede convertirse en una mofa insensible e irresponsable, mientras otros ven a la religión como su objetivo supremo, si no como su última esperanza. Lo han intentado todo, del nacionalismo al regionalismo, del comunismo al capitalismo. Ya que todo ha fallado, ¿por qué no darle una oportunidad a Dios?

Puede que la globalización no haya creado estos niveles de conflicto, pero los ha acelerado al hacer más visibles y palpables las diferencias. En nuestra era globalizada, hemos perdido el privilegio (y, paradójicamente, la virtud) de la ignorancia. Todos vemos cómo se sienten y reaccionan los demás, pero sin las herramientas históricas y culturales mínimas necesarias para descifrar esas reacciones. La globalización ha allanado el camino a un mundo dominado por la dictadura de las emociones... y de la ignorancia.

Este choque de emociones se exacerba en el caso del Islam. En el mundo árabe en particular, el Islam está dominado por una cultura de la humillación sentida por pueblos y naciones que se consideran los principales perdedores y las peores víctimas de un sistema internacional nuevo e injusto. Desde ese punto de vista, el conflicto entre Israel y Palestina es un ejemplo emblemático. Se ha convertido en una obsesión.

No es tanto que a árabes y musulmanes les importen demasiado los palestinos. Por el contrario, durante décadas el mundo islámico los dejó a su suerte y sin un apoyo real. En realidad, para ellos el conflicto ha llegado a simbolizar la perpetuación anacrónica de un orden colonial injusto, representando su malestar político y encarnando su sensación de imposibilidad de ser dueños de su propio destino.

A los ojos de los árabes (y algunos otros musulmanes), la fortaleza y resistencia de Israel es consecuencia directa de sus propias debilidades, divisiones y corrupción. Es posible que la mayoría de los árabes no apoyen a Al Qaeda, pero tampoco se le oponen con toda el alma. En lugar de ello, existe la tentación de ver a Osama bin Laden como una especie de Robin Hood violento, cuyas acciones, si bien imposibles de apoyar oficialmente, les han ayudado a recuperar una sensación de orgullo y dignidad como árabes.

Quizás en esto radica el verdadero choque de civilizaciones: el conflicto entre la cultura europea del temor y la cultura de la humillación musulmana y --en particular-- árabe. Sería peligroso subestimar la profundidad de una división emocional tan vasta, y reconocer su existencia es el primer paso para superarla. No obstante, eso será difícil, ya que trascender el choque emocional de civilizaciones presupone una apertura al "otro" que ningún bando parece todavía dispuesto a emprender.


(*) Dominique Moisi fue fundador y actualmente es asesor principal del IFRI (Instituto Francés de Relaciones Internacionales) y profesor en el Colegio de Europa en Natolin, Varsovia.


 

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