¿Hay un giro a la izquierda en América Latina?

Julio 2005

por Elbio Baldinell


Un significativo número de países de América Latina ha abandonado las políticas neoliberales que caracterizaron la década de los años 90’ para adoptar otras que suelen identificarse como de izquierda. Este hecho levanta en algunos círculos, dentro y fuera de la región, prevenciones que si bien en algún caso pueden estar justificadas por ello no debe caerse en el error de calificar por igual lo que acontece en cada uno de esos países.

En una democracia los partidos políticos compiten ofreciendo al electorado las mejores opciones respecto de temas como la paz internacional, la seguridad interna, la salud, la educación, la justicia y la economía, entre otros. En lo que hace a este último punto las propuestas pueden resumirse en conservadoras, progresistas o populistas. De las tres solo las dos primeras aseguran resultados positivos sostenibles en el tiempo.

Los sectores conservadores suelen afirmar que subsidiando a los pobres se reduce la eficiencia de la economía, ya que los impuestos desalientan a quienes mas y mejor trabajan, en tanto se erosiona el esfuerzo de los menos favorecidos. En cambio los progresistas insisten en que, si se deja la distribución de la riqueza solo librada al libre juego de las fuerzas del mercado, el resultado será un tal grado de inequidad que llevará a que amplios sectores de la población queden excluidos, poniéndose así en peligro la misma existencia de la comunidad. Tanto los conservadores como los progresistas tienen una parte de razón en lo que sostienen, motivo por el cual el resultado suele estar en la adopción de políticas que, sin afectar demasiado la eficiencia, aseguren un mínimo de equidad.

La economía de mercado ha demostrado eficacia para producir riquezas, pero no asegura la eliminación de la pobreza ni del desempleo. Esta es la razón por la que los países desarrollados destinan enormes recursos fiscales para atender las necesidades de los desocupados, los enfermos, los ancianos, las familias sin padres. Es por esto que en el mundo actual la diferencia entre un régimen conservador y otro progresista está en el énfasis que cada uno pone en aumentar la equidad y atender las necesidades de los más desposeídos.

La consecuencia de esta búsqueda de equilibrio ha sido que hoy día resulte muy difícil saber en qué se diferencia el programa económico de los conservadores y el de los progresistas en países como España, Italia, el Reino Unido, Francia o EE.UU. En vista de que las posiciones son tan similares en lo económico la puja de los partidos se centra en demostrar al electorado su mayor eficiencia y honestidad en el manejo de la administración pública, dejando la polémica para temas tales como si se debe o no enviar tropas a Irak, o si se debe o no autorizar el matrimonio entre homosexuales.

En cambio las ofertas que el populismo hace son bien diferentes: mucho bienestar para hoy sin considerar las necesidades de mañana, asegura empleo pleno sin tomar en cuenta la productividad, ofrece créditos sin pensar en el repago, usa fondos presupuestarios sin medir los ingresos, se endeuda más allá de lo que se puede pagar, mantiene para servicios públicos tarifas bajas impidiendo así nuevas inversiones, permite menos disciplina a la población aunque el desorden afecte los derechos de los demás y estimule el delito.

Lamentablemente muchos de los gobiernos que Latinoamérica tuvo en las últimas décadas pecaron, por lo menos, en uno de estos aspectos. Frente a semejantes ofertas les resulta difícil, tanto a conservadores como a progresistas, competir por el calor popular y solo les cabe esperar a que, con el tiempo, el deterioro del nivel de vida que fatalmente deriva de estas políticas cambie el parecer del electorado. Ofertas demagógicas como aquellas pueden perdurar por largos años cuando se trata de naciones dotadas de abundantes recursos naturales con mercados en el exterior y dueñas de una importante infraestructura desarrollada en tiempos menos dispendiosos, y esto es lo que nos ha acontecido en el pasado a los argentinos y lo que les puede suceder mañana a los venezolanos.

Chile es el país con la economía más exitosa entre los latinoamericanos. Su actual gobierno es socialista pero la democracia funciona plenamente, el presupuesto fiscal suele tener superávit o al menos equilibrio, la pobreza cayó de un 39% en 1990 a 19% al presente, ha incrementado vigorosamente las exportaciones, la evasión fiscal es baja, las leyes se respetan y sus instituciones son sólidas.

El acceso al poder de un dirigente obrero en el Brasil despertó preocupaciones, pero su gobierno se desarrolla dentro de un marco democrático, mantiene la disciplina fiscal y controló la inflación mejorando así las perspectivas de crecimiento económico. El haber logrado pasar de déficit a superávit en la cuenta corriente disminuyó la vulnerabilidad externa del país. Sus principales problemas están en que persiste una deuda pública excesiva y tasas de interés muy elevadas.

En el Uruguay existe hoy un gobierno de izquierda y, aunque hace demasiado poco tiempo que su presidente asumió el poder ya es posible adelantar que no se inclinará ni por el socialismo estatizante ni por el populismo, fuera de que el funcionamiento de la democracia está garantizado. El gobierno está avanzando en un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional pero aún discute si este acepta que rebaje la meta de ahorro fiscal a fin de que pueda cumplir con su promesa electoral de crear planes sociales. Para ello desean pasar de un superávit fiscal de 3,9% en el año 2004 a otro del 3,5%. La deuda externa equivale al 90% del PIB y piensan reducirla al 60% en cinco años.

Bolivia enfrenta graves problemas pero que no tienen mucho que ver con políticas ni de izquierda ni de derechas. Se trata de una comunidad que no ha logrado integrar a toda la población al punto que sus desacuerdos amenazan, incluso, con llegar a la secesión.

Diferente es la situación en Venezuela. Aquí funciona la democracia desde el punto de vista de que su presidente ganó el poder por el voto popular, pero su gobierno usa los instrumentos del Estado para aumentar el control sobre la sociedad. El contar con enormes recursos naturales exportables le ha permitido a su gobierno embarcarse en una política netamente populista.

En la Argentina la democracia funciona con normalidad siendo su gobierno progresista. Ha logrado sacar la economía de una gravísima crisis, ha controlado la inflación, tiene superávit en el presupuesto y las exportaciones se expanden con rapidez. Pero el apoyo que presta a los sectores de menores ingresos no proviene tanto de impuestos aplicados sobre los que más tienen sino sobre las exportaciones y los movimientos financieros. Los primeros son posibles debido a que mantiene muy subvaluada la moneda, pero tal tipo de cambio disminuye los ingresos de los asalariados urbanos. Esta política es la consecuencia de que el Estado no ha sido capaz, en muchas décadas, de evitar una evasión impositiva muy elevada y enraizada en la población.

En verdad hay en el continente un solo país izquierdista donde no funciona la democracia y que concentra en manos del Estado todos los medios de producción, y este es Cuba, pero no se trata de una novedad de estos tiempos.

Como puede verse poner en la misma canasta a la Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile y Venezuela es tan poco realista como sería incluir en este grupo a ellos a EE.UU. si mañana el poder pasara de manos de los Republicanos a la de los Demócratas.

 

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