El Papa y la historia: una antimodernidad que contenga al futuro

Abril 2005

Por Abel Fernández


No se puede hablar de un Papa, especialmente del que acaba de morir - un hombre profundamente religioso - sin entender lo que su Fe representó en su vida y en su obra. Intentar analizar su trayectoria sin apreciar esto es condenarse a una cierta ceguera. Pero Juan Pablo II, como sus antecesores, gobernó y murió en Roma. Y desde antes de Constantino, desde antes de Augusto, el espíritu de Roma ha cumplido un rol y una tarea en la Historia. Que no es, simplemente el del Imperio, como creen los superficiales a izquierda que lo detestan y a derecha que tratan de copiarlo.


Puede identificarse, en una primera aproximación, con una versión vital ÿ apasionada de la dialéctica que Hegel creyó encontrar en todos los procesos humanos. Primero, una resistencia dura y cerrada a las ideas / modas / corrientes nuevas, que llegan con toda la fuerza aparente de lo joven y de lo irresistible.

 

Empezó, quizás, con el viejo Catón, oponiéndose ferozmente a la filosofía y a las costumbres helénicas: desde la democracia a la homosexualidad; pero se repitió en el tiempo una y otra vez. Tal vez la instancia más irónica fue la hostilidad y las persecuciones con que el poder imperial y los filósofos estoicos por igual recibieron al cristianismo; pero ciertamente no fue la última expresión. El rechazo es siempre la primer reacción. Pero no termina ahí.

 

La más importante es la lucha agónica, que puede durar décadas o siglos para explorar, aprehender los valores, las verdades que puede percibir en las tentaciones de lo ajeno, y el intento de hacerlas propias, sin que no destruyan su propio ser. Y finalmente, la creación y pedagogía de una versión propia y nueva que incorpora el mensaje recibido y transformado.

 

Lo hicieron los que llamamos hoy los Padres de la Iglesia al definir el mensaje de Cristo, dejando de lado a gnósticos y maniqueos. Siglos después, lo hicieron Aquino y sus pares con el Aristóteles que les trajeron los árabes. Siento que la vida y la trayectoria del Papa que acaba de morir, como la de sus inmediatos antecesores y seguramente del que le siga, pero en un sentido agónico especialmente suyo y especialmente polaco, se entiende como un capítulo de la lucha de la Iglesia con el mundo moderno, que el Papado condenó al finalizar el siglo XIX, pero del que sabe que debe elaborar una respuesta que lo contenga, sin permitir que destruya - al ser profundamente antagónico en tantos de sus códigos - ese mensaje de Cristo que custodia.

Esta es la reflexión de un hombre que vive en ese mundo moderno ante el gran Papa que hoy ha muerto. Ante Karol Wojtyla, sólo puedo repetir unas palabras que el habrá dicho infinitas veces "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte,
Amén!"
 

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