ALEJANDRO E. BUNGE, EL FINO

ANALISIS DE UN PATRICIO NACIONAL

Noviembre de 2004

 

Fue un economista que tuvo una clara visión del desarrollo deformado de la Argentina, lo que él llamó el “país abanico”. Sus ideas fuerzas tienen hoy plena vigencia.

"Todos los países civilizados tienen su política económica internacional propia, que oponen a las de los demás países. Nosotros, en cambio, tenemos la política económica internacional que nos imponen los demás países".


Hay conceptos como el de "conciencia nacional" o "ser nacional" - muy difundidos por diferentes ideólogos -  pero que aparecen - en la mayoría de los casos-, como fórmulas abstractas, genéricas, difíciles de precisar. Sin embargo, el criterio es simple y fácil de comprender. Un intelectual argentino lo elaboró hace seis décadas, como una propuesta para el cambio social, político, económico y cultural. Nos referimos al ingeniero Alejandro E. Bunge, economista, hombre político, científico, al servicio del país.

 

La conciencia nacional es aquella que hace referencia específica a los intereses económicos concretos de una Nación: sus riquezas naturales, su industria, su patrimonio cultural y humano y el grado de independencia que posibilite su aprovechamiento para beneficio del país y de su pueblo.


En 1941, Bunge escribió la siguiente página:

"En todas las naciones civilizadas existe una política económica y social propia que se opone a la influencia del exterior. En el nuestro, en cambio, existe la política económica y social que el exterior nos impone. Se trata, en fin de crear una política económica argentina, política que jamás ha existido y que no es tan necesaria como nuestras instituciones sociales y administrativas. La Argentina, por su patrimonio territorial y las condiciones fundamentales de su pueblo, puede mantener una vida en todos sentidos independiente, con la sola condición de hacernos cada día más dignos de nuestra heredad por nuestro propio esfuerzo".


Formado en las ideas del socialcristianismo, Alejandro E. Bunge fue uno de los arquetipos de luchador silencioso y abnegado. Puede decirse que su obra "Una Nueva Argentina", publicada en 1940, constituye un libro clave para interpretar la realidad nacional. Aunque de diferente formación intelectual y filosófica, estaba consustanciado con el mismo anhelo renovador que impulsó a hombres como Juan B. Justo - autor de "Teoría y Práctica de la Historia"-, a trabajar por el crecimiento del país y de sus habitantes. "Una Nueva Argentina", es en nuestra época, lo que las "Bases" de Alberdi o el "Argiropolis" de Sarmiento, fueron en el siglo XIX.


¿Por qué, entonces, la vida y la obra del ingeniero Bunge han caído en un sorprendente olvido? Aun quienes se dicen sus discípulos, sus continuadores, no pasan del recuerdo anecdótico o del panegírico necrológico. Pareciera que su voz clamó en el desierto. Sin embargo, su ejemplo constituye un incitante programa incumplido.


Perteneció a una familia que dio al país valores de mérito. Entre sus hermanos figuran magistrados y juristas -como lo fue su padre-, sociólogos, como Carlos Octavio Bunge y legisladores del talento Augusto Bunge, enrolado en la corriente socialista.
¿Quién fue este hombre que ahora recordamos? Desde 1914 organizó en el país la labor estadística del trabajo nacional: de esa época datan los primeros índices de precios minoristas.

 

Fue Director de Estadística de la Nación, organizando esa institución con criterio moderno. Hasta 1924, que ocupó el cargo, reordenó el material existente, aumentó la eficiencia de los servicios e incorporó series y elaboraciones estadísticas. Fue asesor del Banco de la Nación Argentina en cuestiones económicas y del Ministerio de Hacienda de la Nación. Organizó las oficinas estadísticas de las provincias de Tucumán y Mendoza.


Dedicado a la enseñanza superior, fue profesor en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata y profesor y miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires. Se desempeñó como delegado técnico del gobierno argentino ante la Segunda Conferencia Interamericana de Washington (1920), concurrió a la Quinta Conferencia Interamericana de Santiago de Chile (1923) y como delegado plenipotenciario a la Séptima Conferencia Panamericana de Lima (1938). Invitado por catorce universidades de los Estados Unidos de Norteamérica realizó una gira de conferencias donde se refirió a las consecuencias económicas de la Primera Guerra Mundial.


En 1930 realizó una misión en Chile, presidiendo la delegación argentina designada por el gobierno del vecino país para la reorganización en el mismo de las investigaciones y encuestas económicas, así como de la estadística y censos nacionales.


Alejado de toda acción partidista, prestó sus servicios a diversos gobiernos, aunque siempre comprometido con los intereses nacionales. Realizó tareas de su especialidad durante los gobiernos de Roque Sáenz Peña. Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear y Agustín P. Justo. Publicista notable fundó y dirigió desde 1918 -y por espacio de casi tres décadas-, la "Revista de Economía Argentina", en cuyas páginas se publicaron trabajos que significaron importantes jalones en el pensamiento económico y en el análisis de la realidad económica y social de nuestro país.
En 1924 advertía en una conferencia pronunciada en el Instituto Popular de Conferencias:

"La conciencia nacional que hubiera nacido sin otro bagaje que el recuerdo de Mayo, de sus clarines y de sus banderas, sería hoy insuficiente. No podemos ahora detenernos en San Martín y Belgrano, ni en Rivadavia, ni en Sarmiento, ni en Alberdi y Avellaneda; tenemos que ir más allá; aun más allá de Mitre, de Roca, de Pellegrini".

 

"Debemos convencernos que ésta es la última generación de importadores y estancieros. En la próxima generación, la de nuestros hijos, el predominio será de los granjeros y de los industriales. De los hombres de la gran industria, de la industria media, de los artesanos, de los obreros manuales, de los granjeros, que han de multiplicarse también como se multiplican hoy los pequeños talleres de artesanos".

"Nuestros diez millones de habitantes no quieren ya recibir innecesarias fruslerías en cambio de cueros y lana, quieren producir inteligentemente todo lo que necesitan, quieren dictar su comercio, quieren explotar con sabiduría y coraje las inmensas riquezas de cada una de las regiones de esta heredad argentina. No quieren que su patria siga siendo un país jornalero al servicio de otras naciones; el pueblo de esta joven República ha aprendido y trabajado ya lo bastante para establecerse por cuenta propia en su heredad nacional".


"La evolución económica actual nos conduce a un nuevo período de progreso quizás el más brillante de nuestra historia. Un sano nacionalismo, discreto y sereno, a la par que claramente concebido y practicado con energía y perseverancia, habrá de tutelar el desarrollo de ese progreso. Para ellos es necesario que todos los argentinos conozcamos bien a nuestro país y a nuestro propio pueblo. Tendremos además, un nuevo motivo de satisfacción en la vida. Todos diremos entonces: si yo no fuera argentino desearía serlo".


Bunge fue un propulsor del industrialismo argentino, y, aunque muchos hicieron industrias antes que él iniciara su prédica, ninguno creyó como él en el porvenir y en la necesidad de la industria nacional. Cuando en su tiempo discutían agriamente librecambistas y proteccionistas, él se inclinó por esta última posición, no porque creyera que en sí fuera la mejor, sino porque era un convencido que para la realidad argentina de la hora, ella era la que podía significar un desarrollo interno que le liberara de la tutela extranjera.


Pero su criterio nacionalista no devenía en una fórmula abstracta que le hiciera olvidar al hombre concreto, de carne y hueso, que vive y lucha por su desarrollo individual y colectivo: "¿Cree alguien, sinceramente, que todo está en orden y que no haya motivo para amargas insatisfacciones?", se preguntaba.

"Piénsese en aquella parte de la población lejana que carece de agua potable; en los que en el Norte tienen por viviendas dos paredes en ángulo y un techo; en familias que cualquiera sea su número y la edad de los que la forman, viven en Buenos Aires en una sola pieza; en los casos en que alguna de esas personas así hacinadas padece una tuberculosis abierta; en los agricultores seminómadas que viven en ranchos miserables sin huerta, sin un árbol, sin oportunidad espiritual alguna; en los hombres que viven sin más imagen del Estado y de los intereses generales que el agente de seguridad de la esquina".


Denunció en su libro "Una Nueva Argentina" el desequilibrio económico entre las distintas zonas del país y el latifundio. La Argentina, a juicio del Ingeniero Bunge, padece un desarrollo desigual, que explica a través de la teoría del "abanico".

 

Ese abanico revela cómo la densidad de población, la capacidad económica, el nivel cultural y el nivel de vida van disminuyendo a medida que aumenta la distancia de la Capital, que es el centro.


En cuanto al problema de la tierra decía

"En nuestro país la tierra ha sido motivo de comercio y especulación, teniéndose de ella un concepto crudamente comercial".

 

El ingeniero Bunge fue un crítico de la sociedad tradicional, y cuando pocas veces se atrevían a impugnar las injusticias y falencias de la Argentina de los años cuarenta, su palabra se levantó para advertir a los gobernantes y a la clase dirigente, que el modelo "agro-exportador" y dependiente estaba agotado.

 

Como pocos, advirtió los cambios que se producirían en la última posguerra, la quiebra de los viejos imperios y el surgimiento de hondas corrientes nacionales y democráticas que todo lo cuestionarían. Quiso que el cambio se realizara en paz y libertad: Pero no fue, como otras veces, escuchado.

La sordera de la clase dirigente, su indiferencia ante la cuestión social y nacional, llevaría al país a una crisis profunda.


La siesta del patriciado finalizaba, y el despertar sería turbulento.

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